Decir que No

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Por: Sandra Pastenes M. Consejera Regional El Loa, región de Antofagasta


Un amigo holandés me dijo: ¿por qué a ustedes los chilenos les cuesta tanto decir no sé, no quiero, no puedo?  Las palabras de mi amigo psicólogo y cura obrero que trabajaba desde hacía mucho en Chile, no eran menores, había aprendido a conocernos y nos describía con bastante precisión.

Corrían los 80 y teníamos instaladas ollas comunes en varias poblaciones del poniente de Calama, también teníamos trabajo con niños y niñas, jóvenes y mujeres.  Nos costó armar el trabajo, porque aunque la gente necesitaba espacios para realizar actividades que les permitiera un desahogo en la enorme cárcel llena de carencias materiales y no materiales en que la dictadura había convertido el país, el miedo les dificultaba acercarse a nuestra invitación, sin embargo  se atrevieron y para eso tuvieron que aprender a conocernos y a conocerse.

En  esa realidad que estuvo llena de vivencias, miedos, carencias, aprendizajes, creatividad y esperanzas nos convertimos en una comunidad y trabajamos porque necesitábamos desesperadamente creer en la posibilidad de la alegría para nosotros y para todos.  Era difícil, porque nos costaba decir que no, sobre todo decirle no a aquellos que nos dominaban y nos aplastaban sin piedad.  Cada uno y cada una, pusimos nuestro grano de arena y nos hicimos fuertes y resilientes porque no teníamos alternativa.

Empezamos a invocar la alegría como una urgencia de primer orden  y logramos generar el no que salía expresado en distintas direcciones y acciones que convocaban, invitaban, animaban y seducían a otros a atreverse.  Muchos otros y otras trabajaban desde sus propios espacios en la misma tarea y nos fuimos sintiendo cada vez menos solos.  La pega era pupila a pupila,  donde el alma generaba la luz necesaria para iluminar la esperanza y la convicción que nos permitía entender y asumir que teníamos la obligación de dignificar nuestras vidas y preparar un mejor país a los que venían y, así lo hicimos.

La alegría indiscutiblemente llegó porque el horror, el miedo y la indignidad ya no fue más algo normal, porque fuimos capaces de revelarnos y decir “así no es la vida”.  Ya nunca más nuestros familiares, amigos vecinos, conocidos o cualquiera, podía ser encarcelado y torturado, asesinado, relegado, exiliado.  Ya nunca más desaparecería gente y tendríamos que buscarla, esperando el milagro de su llegada que ayudaría a aliviar las heridas que la incertidumbre, indefensión y desesperación nos hacían lentamente en cada minuto que transcurría la búsqueda y aunque aún seguimos buscando porque los culpable guardan silencio para esconder sus horrorosos crímenes,  igual llegó la alegría porque no se sumarían más víctimas al terrorismo de estado.  Sí llegó la alegría!

¿Cómo es posible que alguien pueda poner en duda aquello? Siento que es una falta de respeto con el trabajo que realizamos miles de chilenos y chilenas,  trabajo en el que arriesgamos lo único que realmente nos pertenece: la vida.  La pusimos en riesgo porque sabíamos con absoluta claridad que la dictadura que nos oprimía, nos podía arrebatar nuestro único tesoro, nuestra vida esperanzada y puesta al servicio de la construcción de un país donde el miedo fuera el exiliado, ojalá a otra galaxia.  Nosotros no soñamos, nosotros proyectamos y trabajamos conscientes y humildemente para sumarnos al gran acuerdo que nos permitiría rescatar la alegría.  Y aquí estamos,  defendiéndola porque nos costó sangre, sudor y lágrimas y como dice el gran Benedetti:

“Defender la alegría como una certeza. Defenderla del óxido y la roña. De la famosa pátina del tiempo. Del relente y del oportunismo. De los proxenetas de la risa”

Hoy no vivimos en un país perfecto,  es más, según algunos y algunas de nosotras, nos falta mucho camino para recuperar plenamente el derecho a ser personas, sin embargo, resulta totalmente miope la frase: “y… la alegría nunca llegó”.  Por favor, más respeto con la historia y las luchas del pueblo: la alegría llegó para quedarse y es nuestro deber cada día, aportar para mejorar las condiciones de vida, con la tranquilidad que nos da el saber que podemos opinar, que podemos disentir y que a pesar de estar tan lejos de la perfección, podemos sentir alegría.

El cinco de octubre es el punto que divide un antes y un después porque el valor de los hechos, está dado por su significado.  El cinco de octubre, “nuestra sierra fue la elección” y para eso tuvimos que ser valientes, asunto que costó años de trabajo que consistió en transmitir, repartir y construir colectivamente la esperanza de una mejor vida, la convicción de que se debe luchar por el sagrado derecho a ser persona y también que la libertad personal y colectiva, se gestiona desde los oprimidos,  descubriéndose como clase económica y dar el salto cualitativo para convertirse en sujeto político capaz de proponer un rayado de cancha que permita que juguemos todos en igualdad de condiciones.  El cinco de octubre contiene el significado que muchos quieren que olvidemos.

No señoras y señores proxenetas de la risa,  no podrán arrebatarnos la memoria ni menos el significado profundo y vital de las luchas que culminaron con el triunfo que se vio reflejado en el no a la muerte y la indignidad, el grito surgió potente de las entrañas de un pueblo que sufría y se reveló ante la injusticia, el atropello, la indignidad y el horror que significó vivir sometidos a la brutalidad de la sangrienta dictadura militar.

Aquellos que afirman que la alegría nunca llegó, les pido que se pongan en el lugar de los miles que trabajamos para eliminar la profunda tristeza de ver la patria sometida, vejada y aniquilada por los traidores que rompieron su juramento de respetar las leyes y la constitución de la república y se volvieron contra su propio pueblo, en particular, contra  los más débiles.  Ya basta de hablar sin reflexionar.

La alegría llegó para quedarse y el cinco de octubre es una de las fechas de la historia de Chile, más cargada de significados de los cuales debiésemos estar orgullosas y orgullosos.  A seguir recorriendo el camino de un mejor país, lo cual no se logra con solamente críticas, sino con el compromiso personal y colectivo, traducido en acciones que benefician al colectivo  y a las personas individualmente.  A reivindicar nuestros logros y no dejar que el opresor nos despoje de significados que deben ser cuidados y resguardados.  No dejemos que nos arrebaten nuestro patrimonio.

Un abrazo, con la convicción de que la alegría llegó y se quedará porque no permitiremos que nos arrebaten o tergiversen la memoria necesaria para resguardar que nunca más en Chile, lleguemos a la profunda tristeza en la que nos sumergió la desesperanza instalada por la dictadura militar.


El contenido expresado en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no representa necesariamente la visión ni línea editorial de Poder y Liderazgo.


 

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