[Opinión] ¿Hacia dónde vamos? El Destino

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Por: Carlos Cantero O. Geógrafo. Dr. en Socilogía. Académico, conferencista, asesor y consultor. Estudia la Sociedad Digital


Esta interrogante tiene sentido onto-metafísico, (onto) sobre el ser en el mundo, (metafísico) del ser y estar que alcanza hasta un poco más allá de lo físico, es decir, lo que se relaciona con la consciencia y la percepción de la realidad de nuestra existencia en el cosmos. La física cuántica nos demuestra que la consciencia no solo permite captar la realidad, sino que también la influye en el momento de hacerla emerger en la observación, siguiendo el derrotero marcado por el físico John Wheeler que desarrollo la teoría de un universo participante que integra al objeto y el sujeto.

La realidad no parece ser un reflejo objetivo de lo observado, sino que es influido por la subjetividad del observador, en el acto de medir u observar las ondas o las partículas.  Científicos australianos con sus experimentos nos sugieren que la consciencia afecta la materia, el mundo que experimentamos es influido por nuestra percepción del mismo. El sujeto y su subjetividad no están separados del objeto, la mente tiene efecto sobre la materia, provocando que el electrón asuma una posición definida. La física cuántica sugiere que la consciencia es una propiedad constitutiva del universo.

“Hay una fuerza extremadamente poderosa para la que hasta ahora la ciencia no ha encontrado una explicación formal. Es una fuerza que incluye y gobierna a todas las otras, y que incluso está detrás de cualquier fenómeno que opera en el universo y aún no haya sido identificado por nosotros: Esta fuerza universal es el amor”.                     Carta de Albert Einstein a su hija Lieserl.

El mapa mental de las personas y la ciencia ha mostrado una compulsión por lo material (materia), por lo particular, en el sentido de su integración por partículas, por lo concreto o físico.  También parece existir un límite mental y temporo-espacial en el contexto de la vida físico-biológica, que se da entre el nacer y el morir, como espacio preferente de estudio. Pero estas dimensiones tienen escalas muy diversas, si salimos de la temporo-espacialidad humana y nos enfrentamos lo infinitamente pequeño, lo molecular, lo atómico, a la inversa lo infinitamente grande si se trata del espacio sideral, del universo y sus dimensiones expansivas.

La metafísica refiere al destino del ser humano más allá de lo físico-biológico, está en íntima relación con la ontología filosófica, es decir, la esencia del ser que define su proyección cosmogónica.  La sabiduría atávica ancestral repite en las culturas y religiones la doctrina vernácula que enseña la existencia de otros planos más allá de lo físico o material. Somos y estamos en la unicidad del materialismo (partículas) y lo espiritual (ondas), la materia física y el idealismo (ideas), el cuerpo y la energía espiritual. En este contexto (y sentido) cobra valor la doctrina sobre los diversos planos de la existencia, dimensiones trinitarias básicas, paralelas y auto constitutivas: el plano físico, cuya memoria está en el cuerpo; el plano mental de dimensiones racio-emocionales cuya memoria está en el cerebro-corazón en relación con el nivel y amplitud del estado de consciencia; y, el plano espiritual que define la esencia del ser humano y cuya memoria reside en el alma.

Claramente en este punto surge la complejidad, desde el sentido semántico, metafórico y filosófico de la pregunta ¿Hacia dónde vamos? ¿Cuál es nuestro destino? ¿Cómo se articula con el sentido de la vida? Y, en esa amplia diversidad de la vida ¿Qué entendemos por vida? ¿Qué es lo vivo? Asumida esta conceptualización en sus múltiples expresiones ¿Cuál es el destino de la vida humana? ¿Es tan central en el contexto multidimensional del mundo y del universo? ¿Es que acaso el Humanismo y sus valores no deben derivar hacia un enfoque con mayor sentido ecológico y de unicidad?.

Los filósofos de la antigüedad, particularmente los griegos con su tríada de oro del pensamiento Aristóteles, Sócrates y Platón, desde sus primeras obras y relatos nos enseñan sobre la reencarnación, desarrollaron pensamiento y nos dejaron sus ideas sobre la transmigración de las almas. Incluso en el caso de Pitágoras, va más allá y nos dejó testimonios de su recuerdo sobre vidas pasadas.

Es preciso señalar que, en el cristianismo, la exaltación de la resurrección y el bloqueo de toda referencia a la reencarnación, ocurre tardíamente en el siglo VI, con el Emperador Justiniano, (Bizancio, Imperio de Oriente), quien prohibió toda enseñanza al respecto en la Iglesia Católica, lo que se tradujo en represión, persecución y exterminación de cualquier discrepancia doctrinaria sobre preexistencia, supervivencia de la consciencia, más allá de lo físico corporal. A pesar de esto, en Occidente los grupos Gnósticos atesoraron secretamente la doctrina de la transmigración, cuestión que en Oriente mantuvo plena y permanente vigencia en torno al concepto de la reencarnación.

Todo lo anterior está determinado por la concepción de Dios que tenga el individuo y/o su cultura, los diversos enfoques que surgen en la tensión entre teístas y deístas, es decir, en los primeros la creencia en un Dios creador del universo y que interviene en su evolución con independencia de toda religión; y, los deístas, que solo creen en un ente supremo y creador, que no gobierna ni interviene.  Además están los ateos, es decir, los que niegan la existencia de Dios; y, los agnósticos, que declaran inaccesible el entendimiento humano sobre todo conocimiento de lo divino y de lo que trasciende la experiencia, por lo que no afirma la existencia o inexistencia de Dios mientras esto no sea demostrable.

Estos marcos conceptuales y doctrinarios limitan y acotan el entendimiento, por un lado sobre la comprensión del origen, es decir ¿De dónde venimos?; y la comprensión de lo ¿Qué somos?, es decir de nuestra esencia. Todos estos elementos permiten reflexionar, definir y acotar las opciones de la comprensión respecto de ¿Hacia dónde vamos? Esta interrogante tiene implícita una duda témporo-espacial, se pregunta por un nuevo entorno (dónde) en el porvenir hacia el cual “Vamos”. Lo que nos introduce en las distinciones del tiempo físico terrenal para lo biológico y tiempo-espacio de la física de Newton y la cuántica a la que referimos al comienzo, que es la que alcanza a lo espiritual y mental, dimensiones preferentes de la metafísica.

La pregunta que nos convoca también encierra un cuestionamiento reflexivo sobre el concepto y sentido de la vida. En efecto, será una concepción si la aproximación es desde el plano físico-biológico y se dará solo en ese período entre el nacer y el morir biológico; otro enfoque muy distinto si la aproximación a la vida se hace desde la perspectiva de la consciencia (distinto de conciencia), que implica la capacidad del ser humano de reconocer la realidad circundante y de relacionarse con ella, así como el conocimiento inmediato o espontáneo que el sujeto tiene de sí mismo, de sus actos y reflexiones, de su lugar en el cosmos; y, será otra muy diferente si la aproximación se hace desde una perspectiva espiritual o álmica, cuya témporo-espacialidad será muy diferente.  Semejante a lo que ocurre cuando hablamos de tiempo cronológico medido en minutos, horas y días; el tiempo histórico medido en décadas y siglos; el tiempo geológico medido en millones de años; y, el tiempo-espacio astronómico medido en años luz, cada referencia con escalas muy diferentes. Esta relatividad témporo-espacial pone opacidad en torno a conceptos como pasado, presente y futuro.

Otro elemento diferenciador en la aproximación a la pregunta ¿Hacia dónde vamos?, que incide en la comprensión del término de la vida, dependerá de nuestra cosmogonía, si se cree en la transmigración del espíritu o las almas, la inmortalidad de la consciencia que sobrevive a la muerte biológica, si se distingue entre reencarnación y resurrección, o si se estima que no hay ni una ni otra y que todo acaba con la muerte biológica y la creencia en estaciones intermedias como el cielo o el infierno y el juicio final en sus diversos matices comprensivos.

Cruzando todas estas concepciones con sus complejidades y matices está el concepto generativo, la tensión eterna entre el orden y el caos, entre la re-generación y la des-composición, entre la vida y la muerte, como ciclos auto constitutivos y copulativos de la naturaleza y el universo.

Las escrituras Védicas, en la India milenaria, con más de 5000 años de historia, son las más claras, antiguas y explicitas referencias sobre la reencarnación, señalando que la consciencia reside en el alma y ambas conforman el espíritu que permite a la materia inerte cobrar vida en un cuerpo esencial. Luego esta concepción se repite con matices en escrituras sagradas: Hinduísmo, Zoroastrismo, Judaismo, Zohar, Cristianismo, Islamismo, Corán, los Sufistas, Cabalistas, entre muchos otros, cuyos pensadores y escribas nos legaron ideas sobre transmigración de las almas en su camino hacia la base común, el ente superior generativo.

En este contexto está la cosmovisión de los pueblos originarios de la dorsal americana, una serie continua de cordilleras en el borde oeste, desde Alaska hasta tierra del fuego, que tienen su propia cosmovisión, con elementos comunes primigenios, que se distinguen por un desarrollado sentido eco-ético-sistémico-relacional, que también adhieren a la idea de la transmigración de las almas y la trinidad dimensional: lo de arriba o Hanan pacha, el mundo de las divinidades celestiales supraterrenales; el mundo de aquí y presente Kai Pacha, donde estamos con todas las cosas o entes; y, el mundo de abajo Uku Pacha, inframundo de los muertos, no natos y las almas.

El modelo esquemático incorporado en todas estas ideas es de un cuerpo físico que se destruye o degrada paulatinamente en su biología, dotado de un espíritu inmortal que sobrevive, sea por reencarnación o resurrección. La reencarnación es entendida como un proceso evolutivo ascensional en relación con vidas anteriores, por el mérito de sus acciones y valores, tomando un cuerpo inferior o superior, hasta aproximarse a la divinidad.

En los primeros siglos de la era cristiana, los escribas de la iglesia católica también refirieron modelos de elevación hacia la divinidad o de regresión hacia las bestias y plantas, para re-comenzar la búsqueda de crecimiento personal y espiritual, hasta completar lo necesario para alcanzar lugar a la diestra, véase San Mateo 17.9-13; San juan 11. 25-26.  El Corán también tiene referencia explícita al respecto: “Y vosotros estabais muertos.  Él os trajo nuevamente a la vida, Y Él os hará morir, y os traerá nuevamente a la vida y finalmente os llevará a Él mismo”.

El pensamiento de occidente está marcado desde su origen por un fuerte materialismo en el ámbito científico y filosófico, aderezado con un marcado positivismo, se resume en expresiones que han trascendido siglos, como la conocida sentencia latina «cogito ergo sum», planteamiento filosófico de René Descartes, el cual se convirtió en el elemento fundamental del racionalismo occidental “Pienso, luego existo”, o “Pienso, por lo tanto soy”.

Otra frase célebre, quizás la más famosa y recurrida en torno a la incredulidad y el sentido materialista, tiene su origen en un pasaje bíblico (que cruza nuestra cultura) del Nuevo Testamento, cuando Santo Tomás, uno de los 12 apóstoles de Cristo, supo el anuncio que Jesús volvería de entre los muertos y no lo creyó. Según el evangelio de Juan (20:24-29), Tomás dijo: “Si no viere en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré”.

Como vemos esta cita bíblica está íntimamente conectada con el tema del destino del ser humano y la transmigración del espíritu o las almas, en este caso la de Jesús de Nazaret, que al resucitar, fue al encuentro de sus apóstoles y recriminó a su escéptico seguidor, porque necesitó “ver para creer”. Es un punto capital las amplias repercusiones que se derivan de esta cita bíblica en múltiples sentidos, para bien y para mal: “Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron“.

La reflexión de cierre se ofrece -más bien- a modo de apertura de pensamientos. Nuestro futuro como cultura y sociedad depende de las respuestas a estas preguntas ¿De dónde venimos? (origen); ¿Qué somos? (esencia); ¿Hacia dónde vamos? (destino).

Para enfrentar estas interrogantes fundamentales requerimos elevar y ampliar la consciencia, superar la superficialidad, enfrentar la vacuidad en los principios y valores, atender a la esencialidad de la dignidad humana. En este sentido el eslabón más débil de nuestra sociedad y de nuestras organizaciones marcará la resistencia de toda la cadena de unión, la que se rompe por el eslabón más débil, en todos los sentidos de la expresión. La ignorancia y las tinieblas son invitación al extravío, la confusión es contagiosa, la ausencia de liderazgo genera caos, la opacidad de los principios es invitación a la superficialidad, liquidez y vacío, todos elementos altamente viralizables.

El principio generativo nos orienta hacia el profundo simbolismo de la luz, para superar las tinieblas de las bajas pasiones y elevar el cultivo de las más nobles virtudes. En vida vamos hacia la luz, la energía divina, la sabiduría, la plenitud y realización personal. A lo largo de la vida vamos hacia la cita ineludible con la muerte, que llegará tarde o temprano, indefectiblemente. Llegada la muerte se bifurcan los caminos, lo físico-biológico muere y se descompone “Polvo torna al polvo”, para volver al ciclo re-generativo de la naturaleza.  Pero, el destino del alma, la energía espiritual que es la chispa de divinidad, la consciencia, incluso de la memoria, tienen interpretaciones distintas, incluso temporalidad y espacialidad distintas.

En referencia a la pregunta ¿Hacia dónde vamos? En el referido modelo generativo compartido y traslapado, la esencia de la persona humana es su elevación espiritual, la amplitud de la consciencia, la búsqueda de la luz, la continuidad cíclico-generativa. Es el fluir al encuentro con un nivel de base en el amor universal, la superación de las tinieblas en el camino hacia la luz, el fluir hacia la armonía relacional y las virtudes espirituales que permite encarnar la unidad, que es unicidad, en la que uno es todo y todo es uno, que supera la división y separación para tender a la unidad, equilibrio y fraternidad universal, que se recogen en los principios de validez permanente, derroteros y deslindes que desde el fondo de la historia humana nos han heredado nuestros predecesores como principios que son faros de luz en las tinieblas. Nuestro deber es cautelar su vigencia.


El contenido expresado en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no representa necesariamente la visión ni línea editorial de Poder y Liderazgo.


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