Por: Marcelo Ríos. Jefe de Programa Ciencia y Tecnología de Fundación Mustakis
El futuro ya no se vislumbra como un horizonte lejano: está aquí, marcado por el cambio climático, la Inteligencia Artificial y la digitalización de todos los ámbitos de la vida. Ante este escenario, cabe preguntarnos si el sistema educativo chileno prepara realmente a niños y jóvenes para comprender y liderar los desafíos que se avecinan.
Las cifras son claras. Según el Foro Económico Mundial, a 2027, tres de cada cuatro empleos de mayor demanda requerirán habilidades STEM. Sin embargo, en Chile menos del 20% de estudiantes manifiesta interés por estas áreas, de acuerdo con PISA. Esta brecha refleja una enseñanza científica limitada a la teoría y alejada de la vida cotidiana de los estudiantes.
En Fundación Mustakis hemos visto que programas que combinan robótica, atención plena, experimentación y pensamiento crítico permiten que los jóvenes aprendan a cuestionar, trabajar en equipo y resolver problemas concretos. La ciencia se convierte en una experiencia viva, donde equivocarse es parte del proceso y la creatividad es tan importante como el rigor.
El impacto de una educación científica renovada va más allá del aula. Ayuda a abrir oportunidades económicas, fortalece la capacidad de análisis en una sociedad que necesita pensamiento crítico y contribuye a disminuir la brecha digital en zonas rurales.
Actualizar la enseñanza de las ciencias requiere un cambio de paradigma: reconocer a los estudiantes como protagonistas de su aprendizaje, enseñarles a observar, preguntar, experimentar, fallar y volver a intentar, conectando la ciencia con los grandes problemas y oportunidades de nuestra época.
Invertir en educación científica con propósito no es solo un desafío pedagógico, es una apuesta de país. En las salas de clase de hoy se forman las mentes que mañana deberán tomar decisiones cruciales para nuestro futuro común. Darles herramientas para pensar, crear y transformar es la tarea más urgente como sociedad.
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