Maffesoli: El futuro ya está aquí

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Por: Antonio Leal L. Ex Presidente de la Cámara de Diputados, Académico de la Universidad Mayor


Michel Maffesoli, el sociólogo y filósofo francés, considerado por muchos un verdadero profeta de la posmodernidad, afirma que las personas están adquiriendo, cada vez más, una nueva sensibilidad, una nueva forma de pensar y de comportarse, lo cual escapa a los radares de la política habituada a mirar los acontecimientos dentro de los cánones impuestos por la modernidad, desde donde nace, y, por tanto, de manera lineal y secuencial. Esos radares no logran captar una nueva mentalidad de personas más libres, más lúdicas y sensibles, no condicionadas por los grandes relatos, a las cuales les interesa más el presente, su presente, que el futuro y las promesas con que las utopías poblaron la subjetividad social del pasado.

Lo que vivimos, es la descomposición de un mundo conocido, el de la modernidad, donde sus instituciones y creencias, especialmente las formas establecidas de la democracia, de la familia, de la fe en la promesa del progreso, tan típica del iluminismo, están, de acuerdo a Maffesoli, saturadas, porque sus componentes llegaron a sus límites y mutan.

Maffesoli nos advierte que la sociabilidad contemporánea es confusa, inestable, carente de certezas, líquida como diría Bauman. Las categorías que definían al sujeto moderno, clases, sexo, ideologías, carecen de centralidad y se vive, lo que Maffesoli llama, un “bricolaje ideológico” donde las personas adquieren sentido en función del grupo del cual forman parte aunque sea transitoria e incluso solo virtual. A ellas, Maffesoli llama “tribus” que son sociedades de afinidades “débiles”, formas de agrupaciones posmodernas, basadas en relaciones afectivas – que la razón moderna y su estructura social sólida ignoró siempre -, y que hoy sobrepasan a las instituciones típicas de la modernidad como la militancia en un partido político o en una organización social clasista.

La forma posmoderna de relacionarse construye su pasión más que en el contenido, en el estar juntos compartiendo sentimientos sea por una agrupación musical o un equipo de futbol, que permiten reconocerse, distinguirse sin grandes compromisos, y construir, como toda acción social, una teatralidad común. A ese “nosotros” Maffesoli llama tribus, que se encuentran en y a través de las redes sociales y en una ciudad posmoderna que ya no tiene una configuración física, de espacio, de tiempo, predeterminada.

Las tribus de Maffesoli son espacios de permanente ebullición, con personas que circulan de un lugar a otro para ejercer la “pluralidad de sus máscaras”.

Hay, y esto le resulta difícil de comprender e interpretar a la política, una lógica de identificaciones más que de identidad que es algo comprometedor, pesado. Es un mundo que se desordena, que crea formas de indeferenciación sexual y de sincretismo ideológico, un mundo en mutación permanente donde va desapareciendo lo sólido que era la base material en la cual se construyó la modernidad , sus instituciones y su forma de estructurar lo social y la subjetividad humana.

Maffesoli señala que una de las características comportamentales de las personas en el mundo posmoderno es la búsqueda de la felicidad hoy, en el presente, como una continuación perenne de instantes y no un hipotético mañana con el paraíso o la ciudad del sol. El signo de los tiempos, dice Maffesoli, no es más el futuro, sino el presente. El futuro ya está entre nosotros y por tanto es ya el presente. Es tal la velocidad del cambio tecnológico que ya no es posible configurar un futuro cierto, puede ser mejor o peor, los riesgos existenciales de los avances más portentosos de la civilización que se configura puede salvar o destruir el planeta y la vida de sus habitantes.

Cae, con ello, una de las formas clásicas de la articulación moderna y de su configuración ideológica: los proyectos trascendentes. Como dice Bauman yo no veo masas ansiosas de cruzar todo el puente y no se siquiera donde está el ingreso del puente. Esto hace que la política y los políticos sean vistos como algo lejano, ajeno, dice Maffesoli, porque prevalece la cotidianeidad frente al proyecto y porque este mismo resulta abstracto: ¿qué es, por ejemplo, el socialismo hoy?.

Maffesoli es drástico “la política sigue existiendo como la luz de una estrella muerta”. Esto no significa que el desinterés por la política, sobre todo en los jóvenes, sea sinónimo de apatía sicológica generalizada, más bien es el volcamiento de la energía hacia otros móviles, hacia otros valores que aún están en gestación y que por ello es muy difícil de conectar con la política.

En los nuevos códigos, nos dice Maffesoli, la emoción o las emociones ocupan un lugar central y esto cambia el lenguaje. Tengo onda, sintonía, que es distinto a tengo identidad política con esta u otra propuesta o liderazgo.

Para Maffesoli, las claves electrónicas o los mensajes digitales son los laboratorios de una sociabilidad futura. No expresan necesariamente individualismo, nihilismo, apatía, sino una nueva manera de estar juntos, de producir éxtasis colectivos, son “metáforas de una sociabilidad en gestación” y son transversales socialmente. Para Maffesoli, el vacío de la comunicación verbal no implica el fin de la comunicación sino el fin de una forma de comunicación que excluía o hacía radicar en los sueños políticos, en sus consignas y propuestas, la pasión por algo. Se está en la búsqueda de otra forma de comunicación, más horizontal, mas propia, aquella que hace volcar el éxtasis hacia el otro.

La invitación de Maffesoli es a aprender a leer las nuevas formas de efervescencia que implican lo que él llama el “retorno a lo dionisíaco”. Esto implica que la política, como la conocemos y la ha interpretado la modernidad, ha mutado. Hoy importa lo doméstico más allá del proceso orientado hacia el futuro como promesa. Tenía razón Anges Heller cuando hablaba de la sociología de la vida cotidiana. La propia globalización produce el fenómeno de preocuparnos de lo mío, a lo que Maffesoli llama la “gestión de la proximidad”. La casa común es la preservación del medio ambiente, del aire que respiramos, de la forestación. No es una moda impuesta por la globalización, es un sentimiento de preservar el hábitat, lo cercano, el planeta. Lo cual implica un vínculo social mucho más afectivo y la polìtica se hace en estos espacios alejados de las instituciones que la modernidad consagró como los anclajes del desarrollo.

Lo que hace Maffesoli, como ya lo intentó Foucault, es mostrar “las zonas sombra” de un mundo gobernado por un enfoque racional que colonizó las lógicas de las instituciones y atrapó en ella la vida del individuo. Como bien señala el sociólogo Carretero, lo que está en cuestión es la relación entre razón y dominación ligada a una concepción prometeica de la historia donde el hombre era dueño de la naturaleza y de todos los seres vivos y construyó su visión del desarrollo sacrificando lo que estaba a su alrededor sin darse cuenta que con ello se sacrificaba a si mismo.

Por eso Maffesoli se desmarca de esta concepción del progreso de la sociedades occidentales transformada en un mito que construyó una cultura de dominación a la cual se revelan hoy quienes en el mundo exigen la preservación del medio ambiente como el centro de una nueva política, que se torna ya obligatoria , y que implica un cambio radical, resistido por las multinacionales, respecto de esa dominación absoluta de la naturaleza a la cual se tenía derecho porque el planeta era considerado inacabable.

En la misma sintonía se ubica el gran tema planteado por Maffesoli de lo que llama la saturación de lo político, de una modernidad que sacraliza lo político y que al decir del propio juicio crítico de Marx, que lo advertía, se tornaría “en una forma profana de la religión” como efectivamente ocurrió revestida de las formas contractuales que hoy se develan estrechas ante las exigencias de un mundo donde no es posible establecer solo la razón sino también la irracionalidad, solo el orden sino también el desorden, lo objetivo representado por la verdad científica trasladada a la historia de manera determinista – por el propio Marx – y lo subjetivo que ahora adquiere un significado cada vez mayor en la vida de los seres humanos.

La “saturación de lo político” no significa el fin de lo político, como lo plantea Baudrillard con su idea de la transpolítica, sino en Maffesoli es el cansancio por una política alejada de las nuevas identificaciones de una sociedad posmoderna que no admite lo lineal del pensamiento que por siglos ha dominado en la política y que reclama un abanico múltiple de identidades más que proyectadas hacia un futuro cierto, como prometía la modernidad, hacia lo incierto, o inestable, que transforma la vivencia del presente en algo esencial que da sentido a la vida posmoderna.

¿Por qué están importante el paso de la identidad pesada a la identificación mas liviana y transversal del sujeto transformado en “si mismo”? porque, o la política logra salir de su autoreferencialidad e interpretar los nuevos signos o será intrascendente o logra conjugar lo uno y lo múltiple, lo idéntico y lo diferente, lo perenne y lo cambiante y con ello al sujeto posmoderno, o no tendrá nada que decir en la configuración de un futuro que ya está fuertemente instalado en nuestras vidas.


El contenido expresado en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no representa necesariamente la visión ni línea editorial de Poder y Liderazgo.


 

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