Por Ignacio Merino. Director Ejecutivo de HUBTEC
¿Cómo transformar el conocimiento científico y tecnológico que surge a puertas cerradas y convertirlo en innovaciones con impacto real en la vida de las personas? Pensando en cómo resolver este desafío, en 2017 siete universidades chilenas decidieron emprender un camino conjunto, en alianza con el Estado, para enfrentar una de las brechas más persistentes del país: la distancia entre la ciencia y la industria.
Así nació HUBTEC, como parte del programa de hubs de transferencia tecnológica impulsado por CORFO, para poner todo ese conocimiento científico y tecnológico generado en universidades al servicio de la sociedad.
Ocho años después, podemos afirmar que han pasado muchísimas cosas que reafirman la vigencia de este gran objetivo. El ejemplo más reciente es el Premio Nobel de Economía 2025, otorgado a un grupo de economistas por su trabajo sobre la “destrucción creativa”, y el Premio Nobel de Química, que se dio a los creadores de nuevos materiales para la transición energética.
Ambos galardones entregan una señal clara: el desarrollo de los países depende de su capacidad para convertir la ciencia en valor, la innovación en crecimiento y el conocimiento en bienestar.
Chile se encuentra en un punto de inflexión. Según el informe de la Dirección de Presupuestos (DIPRES, 2023), el país está cerrando un ciclo de casi dos décadas en sus políticas de ciencia, tecnología e innovación (CTCI). Este periodo permitió crear programas, instalar capacidades en universidades y fortalecer la colaboración entre academia, Estado e industria.
El desafío que viene es aún más grande: pasar de los programas a un sistema integrado de innovación, capaz de articular a todos los actores y escalar el impacto del conocimiento en el desarrollo nacional.
Nosotros mismos, como hub, hemos transitado por etapas que reflejan esa evolución del ecosistema chileno de innovación: al principio instalamos un modelo colaborativo que abordó distintas fases del ciclo, especialmente la etapa temprana donde existía mayor brecha, y ahora avanzamos hacia un enfoque basado en articulación entre ciencia, Estado e industria, para sistematizar el escalamiento de soluciones con impacto global.
Hitos como la Semana Internacional de Transferencia e Innovación (SITI), que reunió a más de 40 líderes de 27 países y se convirtió en un referente global en innovación y transferencia tecnológica; o la creación, junto a Agrosuper, del primer fondo privado de pruebas de concepto en I+D+i del país, al que luego se sumaron Concha y Toro, CMPC, Carozzi e Iansa, dan cuenta de este camino.
Además, estos esfuerzos se han traducido en un robusto portafolio de programas trabajados junto al sector productivo, con más de 20 proyectos tecnológicos activos, seis de ellos con proyección de escalamiento industrial, y más de 290 postulaciones recibidas en 2025. En estos 8 años hemos evaluado cerca de 800 iniciativas y acompañado la construcción de más de 120 hojas de ruta.
Así llegamos a 2025 reafirmando una convicción central: la innovación no ocurre en un laboratorio ni en una empresa aislada, sino en un ecosistema articulado, donde propósito, colaboración, confianza y emprendimiento se combinan para convertir conocimiento en impacto real.
Chile está cerrando un ciclo de instalación y aprendizaje, y tiene todas las herramientas para iniciar una nueva etapa de innovación sostenible, interconectada y orientada al impacto.
Los recientes Premios Nobel han vuelto a poner este tema en la agenda global, invitándonos a imaginar el ecosistema local de innovación del futuro, donde trabajemos unidos para convertir el conocimiento en desarrollo, la innovación en productividad y la ciencia en bienestar.
El contenido expresado en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor (a) y no representa necesariamente la visión ni línea editorial de Poderyliderazgo.cl
 
									 
					


