Chile: Memoria y Olvido

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Por: Carlos Cantero Ojeda. Geógrafo, Master y Doctor en Sociología. Director del Consejo Chileno de Tecnologías de Información y Comunicación. Académico, conferencista y pensador laico chileno, estudia la Sociedad  Digital y la Gestión del Conocimiento.  Fue Alcalde, Diputado, Senador y Vicepresidente del Senado de Chile


Chile como país no ha podido superar su Síndrome Postraumático -después de décadas desde el quiebre institucional y democrático- fundamentalmente por la hipocresía de imputar y buscar culpables en otros, sin asumir las propias vergüenzas históricas.  Un intento por arraigar historias parciales, poco fiables en la comprensión y el relato de nuestra Memoria. El desafío es asumir que constituimos una generación mediocre, inepta y cobarde, que hereda a sus hijos divisiones y odios por conflictos autogenerados que hemos sido incapaces de superar.

Espero que en esta última etapa surjan liderazgos, no desde los extremos sino desde el medio ponderado y prudente, para que promuevan la emoción de la confianza, para construir un clima de encuentro y reconciliación, en el reconocimiento y el perdón.  Ese es el espíritu que reclama la inmensa mayoría de chilenos que fueron ajenos a estos procesos.  Nuestra generación protagonista de estos hechos está en deuda.  Sí no asumimos este desafío a la brevedad, será superada por la de recambio -proceso que ya está ocurriendo- que superará estas viejas cuentas que han mantenido dividido y adolorido a nuestro país, desperdiciando maravillosas oportunidades de desarrollo.

La importancia de la memoria solo tiene sentido cuando tomamos consciencia del olvido.  La memoria determina nuestra identidad, somos lo que son nuestros recuerdos, tiene que ver con procesos, es decir, con una sucesión de actos o acciones.  Los hechos históricos no son de generación espontánea, responden a procesos, a una concatenación de acontecimientos que definen una serie de circunstancias relacionadas por causalidad y efecto.  Según el diccionario, la memoria es la capacidad del cerebro humano para retener, almacenar y recuperar información voluntariamente. Es el conjunto de imágenes, hechos, o situaciones pasadas que quedan en la mente, como fenómenos  activos y organizados en el tiempo.

 

Todas las personas tienen la capacidad de recordar. Pero, cada cual tiene su memoria asociada con procesos subjetivos, imágenes mentales en su intimidad, principalmente asociada con sus emociones profundas: miedos, alegría, sufrimientos, dolores, pérdidas, o con hechos, ideas sensaciones, relaciones, de particular significación que constituyen los vívidos recuerdos de cada cual.  En función de estos elementos cada persona tiene distintas cosas o circunstancias que gatillan su memoria.  Esto se desconoce cuando se asume que la Memoria es una sola.  Es decir, se niega, oculta, borra u olvida esas otras percepciones.  Allí está la base del desencuentro.  Las motivaciones y miedos son disímiles y en política habitualmente contrapuestos, particularmente en la lógica de la confrontación y de la dominación.

Se argumenta que el Museo de la Memoria, tiene como propósito específico recordar un hecho único, el que agentes del Estado actuaron organizadamente para perseguir, torturar o eliminar a ciudadanos cíviles, a quienes se les recuerda como víctimas de los horrores y el  atropello sistemático de los derechos humanos y crímenes de lesa humanidad.  Se señala como particularmente grave que el Estado y sus agentes se involucren es estos actos.  Eso es razonable y pertinente como principio permanente y con seguridad recibe un amplio apoyo transversal en toda la ciudadanía.  De hecho asumo público compromiso de concurrir a la consolidación de ese principio para que nunca más en Chile vivamos esos dolores y esas pérdidas, sea por parte de agentes de Estado, ni ninguna opción política, ideológica, religiosa, étnica ni económica, de ninguna otra especie.  Aún cuando el estatuto de Roma no lo menciona, para mi los actos terroristas son, también, crimenes de lesa humanidad.

Lo anterior debe ser un objetivo nacional compartido. Pero, otra  cosa es usar este principio para sacar ventajas políticas, hacer el blanqueo ético de un sector, con la lógica de una sociedad compuesta de víctimas y victimarios; los buenos y nobles izquierdistas y los malos y perversos derechistas; los perseguidos y los perseguidores; los valientes guerrilleros y los abusivos militares.  Eso es reescribir la historia e imponer una verdad única, donde unos se alzan con una primacia moral que es ilegítima y falsa.  Más aún cuando la mayor parte de los militares han sido procesados, sentenciados y pagan condenas de los tribunales de justicia y los otros han eludido juicios de todo orden.

A la Memoria se contrapone la amnesia selectiva y por conveniencia.  Olvidar lo que dijeron e hicieron, en todo el espectro político.  En coherencia con el principio señalado se persigue como responsables a los agentes del Estado. Pero, se imputa conducta criminal, complicidad por acción y omisión a otros. No han faltado connotados conversos derechistas, que apoyaron a Buchi (la continuidad del régimen), que rodeados de actores de esa tendencia han señalado como “cómplices pasivos”, a personas que nada tuvieron que ver con los hechos de sangre, aunque sí con el proceso llamado de recuperación, reconstrucción, dictadura, o como quiera que cada sector le denomine.

Esa memoria para muchos parece abusiva, la que se expresa recurrentemente hacia los sectores de derecha por personas que, sin embargo, no se hacen cargo de sus propias incoherencias ni de los errores históricos de un sector que previamente validó la violencia y la ejerció a sangre y fuego, agrediendo y matando, en su camino revolucionario para imponer una dictadura en la “vía al socialismo”.

Parece esencial que, junto a la Memoria, es decir, recordar la acción de los agentes del Estado que actuaron sistemáticamente en crímenes de lesa humanidad, se reivindique el valor permanente de toda vida humana. Se exprese con la misma fuerza que la vida tiene un valor superior, más allá del bando de que se trate, más allá de cualquier agente del Estado, actor político o ideológico.  Eso no siempre está claro, ni se expresa con convicción, muy por el contrario.  Basta ver como unos y otros se plantean frente a dolorosas y aberrantes dictaduras que aún están vigentes, observar la hipocresía y el doble estándar frente al dolor y martirio de tantas personas, por ejemplo en Cuba y Venezuela.  Quizás, al superar el doble estándar y el relativismo valórico, se contribuya a mitigar el miedo latente en otros actores y unir al país en un sentimiento de dolor común, repudiando toda crueldad, vejamen o asesinato.

Los neurocientíficos señalan con vehemencia que la memoria es dinámica, es decir, cada vez que recordamos o memorizamos un hecho, cambia la percepción, tiene nuevas significaciones en las personas.  Por eso es importante entender que un evento es parte de un proceso.  Erradicaremos los miedos de uno y otro sector cuando todos renunciemos a la violencia y el irrespeto por los derechos humanos.  Cuando repudiemos la acción de los agentes del Estado y de cualquier actor ideológico o político o de cualquier otra naturaleza.

No es creíble la convicción sobre el respeto irrestricto a los derechos humanos, si enfatizamos la memoria de su atropello por parte de los agentes del Estado y dejamos en el olvido, la impunidad moral, a aquellos que validaron la violencia y el crimen como instrumento de acción política.  Se requiere coherencia y consecuencia. Lo contrario es un intento por reescribir una historia a la medida.  Si un sector -en el intento de visibilizar la Memoria de sus miedos y dolores- olvida, desconoce, borra o elimina la memoria de los dolores y miedos de los otros, no podremos superar este trance que ya se arrastra por demasiadas década, por la hipocresía, por la cobardía de asumir cada cual sus responsabilidades.

Enfatizar la memoria es tener consciencia que hay una tensión entre el recuerdo y el olvido, entre la “buena memoria” y la “mala memoria”.  Es decir, la memoria consiste en algo que se trae al presente permanente,  en exposición constante.  Pero, en ese acto la otra realidad o percepción se borra, elimina u olvida.  El problema entonces es que enfatizar un aspecto primario de la memoria tiene como efecto secundario ocultar, esconder, olvidar otro aspecto esencial del proceso.  El efecto es que se desconoce o ignora otras memorias concatenadas, emergentes, relacionadas.  Siendo la memoria un proceso subjetivo, entonces no hay una sola memoria, sino que hay distintas y más de una memoria.

¡Lo que no recuerda la memoria, es olvido!  Asumamos (todos) el valor de los derechos humanos, el desgarrador dolor de aquellos que perdieron a sus seres queridos, igual de profundo sea que el asesino es un agente del Estado o un terrorista que privilegia la cultura del odio.

También debemos tener presente que para un sector del país, es muy importante no olvidar las circunstancias, los hechos, los actores, los miedos y temores que inciden en su propia memoria.  Aquellas circunstancia que gatillaron la violencia de la generación protagonista de la lucha de clases, de todos aquellos que legitimaron la vía armada como herramienta política, sus ideas, creencias, modos, conductas, acciones y omisiones.  Promovamos la cultura del reconocimiento, de la responsabilidad, del perdón. Una memoria compartida y legitimada.  Ello requiere la convicción de un hecho indubitable: todos somos uno y uno somos todos. Y, lo seguiremos siendo, por lo que más vale asumirlo.


El contenido expresado en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no representa necesariamente la visión ni línea editorial de Poder y Liderazgo.


 

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