Por: Ismaela Magliotto Q. Co Fundadora de Uno Punto Cinco
Hace quince años, los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) se propusieron como un plan para combatir la pobreza y la desigualdad en el mundo. Sin embargo, gran parte de esas metas quedaron inconclusas. Hoy, a solo cinco años del plazo de la Agenda 2030, corremos el riesgo de repetir la historia.
La Agenda 2030 no es únicamente una agenda ambiental: es un marco integral que busca garantizar condiciones sociales, económicas y ambientales para un desarrollo sostenible. Sin avances en lo social y lo económico, los compromisos ambientales no se sostienen. De las 169 metas que fijan los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), apenas un 18% está en camino a cumplirse.
El resto se encuentra estancado o, peor aún, retrocediendo. Los ODS 2, 4 y 8 (Hambre Cero, Educación de Calidad y Trabajo Decente) son los más rezagados. ¿Cómo podemos hablar de acción climática si aún no aseguramos las necesidades más básicas de las personas?
A nivel internacional, el debate ha girado en torno a un “nuevo multilateralismo”, planteado en el Pacto del Futuro y en el reporte de avance de los ODS 2025. Se trata de un llamado a reforzar la cooperación global y la corresponsabilidad frente a desafíos comunes. Sin embargo, por más relevante que sea este esfuerzo, carece de sentido si no se conecta con las realidades locales.
Chile es un buen ejemplo de esta brecha. Aunque el país cuenta con una Ley Marco de Cambio Climático que compromete la carbono neutralidad al 2050, su implementación va muy atrás. A dos años de su promulgación, el 94% de los municipios aún no dispone de un Plan de Acción Climática Comunal (PACC).
Esto demuestra que, mientras en los foros internacionales se asumen compromisos ambiciosos, a nivel local faltan capacidades técnicas, recursos y voluntad política para llevarlos a cabo.
El tiempo corre y las comunidades siguen esperando. La Agenda 2030 no puede convertirse en otra lista inconclusa. Su éxito dependerá de nuestra capacidad de traducir la ambición de los discursos en acciones concretas en los territorios, allí donde la vida de las personas ocurre. Solo en ese nivel podremos responder a las necesidades sociales, económicas y ambientales de nuestro tiempo.
El 2030 está a la vuelta de la esquina. La verdadera pregunta no se limita a si podremos seguir firmando compromisos globales, más bien si seremos capaces de transformar esas promesas en cambios reales en nuestras comunidades. Allí se juega, en definitiva, el futuro de la Agenda 2030.
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