Por Luis Sepúlveda. CEO de AlayIA Trust.
Durante años, la privacidad se entendió como un trámite legal, una política de cookies escondida o una cláusula genérica en los contratos. Hoy ese paradigma cambió: la privacidad se ha convertido en un factor decisivo para la confianza y la lealtad de los consumidores. Y, en plena era de la Inteligencia Artificial (IA), esa confianza se transforma en ventaja competitiva.
Un estudio global de Cisco mostró que el 75% de los consumidores considera la confianza en las prácticas de datos como determinante en sus decisiones de compra. Ya no basta con tener un buen producto o precio: los clientes quieren saber qué pasa con su información, cómo se usa y qué garantías existen sobre su manejo ético.
Surge además un fenómeno clave: los “consumidores activos en privacidad”. Según Cisco, el 38% de las personas cambia de proveedor cuando siente que su información fue mal usada, ejerce sus derechos de datos y ajusta sus configuraciones de privacidad. Es un segmento creciente, liderado por generaciones jóvenes que premian la transparencia y castigan la opacidad.
Los ejemplos internacionales son elocuentes: Google fue multado en Francia por desplegar anuncios en Gmail sin consentimiento claro. H&M, en Alemania, pagó más de 35 millones de euros por recopilar datos sensibles de empleados. En ambos casos, la tecnología funcionaba, pero la protección de datos no se cumplía. Hoy, eso significa un riesgo reputacional y financiero grave.
Chile entra ahora en esta conversación. La Ley 21.719 de Protección de Datos Personales, que regirá desde diciembre de 2026, establece multas de hasta 60.000 UTM (más de 4 millones de dólares) y pondrá a prueba la legitimidad de las empresas en la gestión de información de clientes, colaboradores e inversionistas.
La privacidad dejó de ser opcional: será observada por la nueva Agencia de Protección de Datos y, sobre todo, por una ciudadanía cada vez más consciente de sus derechos digitales.
Esta no es solo una obligación legal, sino también una oportunidad país. Si Chile logra alinear innovación tecnológica con estándares globales de privacidad, podrá convertirse en un hub regional de confianza digital.
Ser percibido como un mercado “seguro para los datos” será tan valioso como la estabilidad macroeconómica o la infraestructura avanzada. En un mundo interconectado, la combinación de innovación y protección atraerá inversiones, talento y desarrollo.
El error es ver la privacidad como un obstáculo o costo. La realidad es opuesta:
La privacidad bien gestionada es el habilitador de una IA ética, útil y aceptada.
Algoritmos entrenados con datos transparentes y trazables generan resultados más confiables y reducen riesgos reputacionales.
Por eso, las empresas que adopten prácticas de “privacy by design”, auditen sus sistemas y comuniquen con claridad cómo usan la información, estarán mejor posicionadas para competir en el mercado global. Y quienes lo hagan antes serán los verdaderos visionarios de la era digital.
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