Por: Nicole Revillot. Country Manager de TUU by Haulmer
El dinero ya no cabe en la billetera, sino en el bolsillo digital que cargamos en el celular. El Informe de Sistemas de Pago del Banco Central de Chile confirma una tendencia irreversible: los pagos digitales se han instalado como la forma dominante de mover el dinero en el país, con un promedio de 374 transacciones anuales por persona.
Esto demuestra que ya no hablamos de un fenómeno emergente, sino de un cambio profundo en nuestra relación con el dinero.
Las cifras son elocuentes. Las tarjetas de débito concentran el 78% de las transacciones, pero lo más llamativo es el auge de las tarjetas de prepago, que crecieron un 213%. Con más de 11 millones de tarjetas vigentes y servicios que incluyen divisas y criptomonedas, este ecosistema financiero digital ya compite con la banca tradicional.
Este nuevo escenario está reconfigurando el mapa financiero chileno, impulsado por la inclusión digital y la innovación tecnológica.
Lo fascinante de este fenómeno es que no se trata solo de cifras o infraestructura, sino de un cambio cultural. El dinero deja de ser tangible para convertirse en una experiencia digital e invisible, integrada a nuestra rutina. Comprar, transferir o pagar ya no requiere billetes ni monedas: todo ocurre en segundos con un par de toques en la pantalla.
Esa ligereza digital tiene ventajas evidentes: rapidez, seguridad e inclusión financiera, permitiendo participar en un mundo más conectado. Incluso turistas brasileños pueden pagar con Pix en comercios chilenos, lo que refuerza la integración regional de los sistemas de pago.
Sin embargo, también hay riesgos: perder noción del gasto, depender de plataformas no reguladas o excluir a adultos mayores que aún enfrentan dificultades para adaptarse al mundo digital. Surge así un desafío social clave: garantizar que nadie quede fuera de esta nueva economía sin efectivo.
El récord de pagos digitales en Chile no es solo un dato: es la confirmación de que la relación con el dinero está cambiando. Lo usamos más, lo vemos menos. Lo transferimos fácilmente, pero quizá perdemos su materialidad.
La pregunta es cómo esta transformación digital afectará nuestra percepción del valor, del ahorro y del consumo. Porque si el dinero ya no se toca, ¿cómo lo sentimos?.
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