[Opinión] La alternativa imaginaria

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Por: María Ignacia Jiménez Suárez. Trabajadora Social. Magíster en Asentamientos Humanos y Medio Ambiente


En mi opinión, la ” formula de rechazar para reformar por otra vía”, es una alternativa imaginaria. Esta condición no la hace menos peligrosa.

Esa otra vía no existe. Esa otra vía ha sido inventada. No ha sido acordada, ni respaldada por un acuerdo nacional. No ha sido votada en un Plebiscito. No se ha implementado antes, no se ha desarrollado, salvo en algunas imaginaciones antiguas y en otras más nuevas.

Esta alternativa está en el imaginario de personas que piensan diferente entre sí y que imaginan por tanto diversas maneras de construir una Constitución, diversos resultados, distintas reformas y que ponen el límite en fronteras claramente diferentes respecto al poder, a su distribución y concentración, a los derechos garantizados, la descentralización, el feminismo, la naturaleza, los pueblos originarios, el sistema de justicia, el concepto de familia, el rol del estado en la economía, la equidad territorial, la inclusión, la democracia.  Probablemente tienen tantas opiniones imaginarias respecto a cuáles debieran ser las modificaciones correctas, como artículos hay en la propuesta de la Nueva Constitución, y en sus artículos transitorios.

Algunas posiciones vienen alimentándose desde siempre con la idea de “rechazar para mantener”, y perduran. Otras ideas más nuevas han ido acumulando razones para “rechazar para reformar”, que es una opción totalmente imaginaria.

La imaginación humana, prolífica e ilimitada como es, así como inventa nuevas versiones del texto, inventa consecuencias de esos artículos y construye miedos, temores a esas consecuencias imaginarias que anuncian efectos imaginarios y también aterradores. Algunos posibles, la mayoría falsos. Por excesos, por defectos, por omisión, por ignorancia, por desinformación, y en general con alguna intención, se va completando la postura imaginaria.

Supongamos que la acción política logra que la alternativa imaginaria se invente, que exista bajo alguna fórmula.  Aparecerían como consecuencias de este invento, de esta fórmula, nuevos grandes problemas.  Las personas que buscan “rechaza para reformar” son impensablemente heterogéneas (se llaman amarillos, rosados, blancos, transparentes, de derecha, de centro, conversos, conservadores, astutos, etc.), y son implacablemente diversas.

Algunos nunca quisieron que algo cambiara, y promoverán esta vía imaginaria si eso les permite mantener Chile como está. Otros quieren cambiar solo un poquito, dos o tres artículos que les parecen inaceptables, y que imaginan y declaran que deben reformarse; otros justo quieren modificar dos o tres artículos distintos. Hay otros que no saben lo que quieren. Hay los que no reformaron cuando tenían el poder para hacerlo, hay quienes argumentan que el problema está en los escritores, los Convencionales Constituyentes, buscando en esa argumentación -que incluye juicios, prejuicios y antipatías- validar la formula imaginaria.

Algunos quieren elegir unos autores para la versión “rechazada reformada” imaginaria, porque reflejan su postura, intereses, preferencias. Otros quieren, por las mismas razones, que los autores no sean esos. Hay quienes se preocupan de que se parezca o sea distinta de otras Constituciones latinoamericanas.

La imaginación puede ser muy ingenua y puede abrazar una alternativa inventada que no solo no existe, sino que requiere más imaginación aun, para imaginar que contaría con los votos para llegar a acuerdos también imaginarios.  “Rechazar para reformar”, dicen algunos que lo harán esperanzados.  La imaginación puede ser ingenua e ignorar la historia. A la imaginación se le olvida que lo que imaginariamente se modificaría es la Constitución vigente, escrita en dictadura.

Hoy tenemos una Propuesta de Nueva Constitución real. Esa Propuesta existe. Fue redactada en tiempo y forma por un conjunto de ciudadanos que pasaron por la doble decisión democrática: por un lado, que se cambiara la Constitución existente, y por otro, que se redactara en una Convención Constitucional.

No hay razones para creer que aquello que se propusiera en la alternativa imaginaria ofrezca que Chile sea un Estado Social, Democrático, de Derechos, Regional, Plurinacional, con Paridad de Género, con respeto a los bienes comunes, con equidad territorial. Y que sobre todo avance hacia la construcción de un país post neoliberal, que es lo que a mí, al menos, me moviliza.  ¿Por qué?  Porque pondría fin a abusos históricos reiterados y conocidos, escandalosos, negados y omitidos.

Una alternativa imaginaria va a traernos –a quienes no queremos que las cosas sigan igual y hemos trabajado para ello desde hace años- frustración, rabia y mucha tristeza.  Porque sabemos que esta propuesta de Nueva Constitución es profundamente democrática, legítima desde su origen, y nos lleva a un muchísimo mejor lugar que el que hoy tenemos. Nos ha hecho recuperar la esperanza. Perder la esperanza significa que ganen el miedo y las ideas imaginarias. Desperdiciar la esperanza es dejar que gane la rabia.

Hoy, lo que no es imaginario ni inventado es este texto que tengo en mis manos:  una Propuesta de Nueva Constitución, cuyo origen, desarrollo y consecuencias ponen a Chile en un mejor lugar. Lo que no es imaginario es que aprobar para construir un nuevo Chile, digno, justo y real.


El contenido expresado en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no representa necesariamente la visión ni línea editorial de Poder y Liderazgo.


 

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