Obesidad Femenina, una dura realidad que aqueja a las sociedades machistas

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Por: Bernardita Espinoza V. Ingeniero Civil Industrial, Universidad de Chile. Docente Universidad de Santiago de Chile (Diplomado en Dirección de Proyectos)


De acuerdo a lo publicado recientemente por un diario de circulación nacional, un  reciente informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), y la Organización Panamericana de la Salud (OPS), sitúa a Chile como el país con la más alta prevalencia de Sudamérica en obesidad en mujeres. Según dicho estudio denominado “Panorama de la Seguridad Alimentaria y Nutricional de América Latina 2017”, un 32,8% de las mujeres mayores de 18 años presentan obesidad.

Asimismo, los últimos estudios publicados por la OMS, en enero 2017, que corresponden a cifras del año 2014, sitúan en su mayoría, en el ranking de los 20 países con mayor obesidad femenina, a países musulmanes y otros países con sistemas marcadamente patriarcales.

¿Es casual la relación existente entre las altas tasas de sobrepeso y obesidad femenina con los esquemas socioculturales machistas? No, no es casual, así como tampoco lo es, la correlación de este fenómeno que afecta la salud de la población femenina, con la pobreza.

No voy a ahondar en esta columna en las razones económicas y de acceso a alimentación sana, pues esta situación afecta en forma similar a hombre y mujeres.

En cambio, me voy a centrar en las razones que corresponden a las estructuras sociales machistas de nuestra sociedad, en las que se sustenta esta preocupante condición de salud que nos aqueja, como mujeres chilenas.

Así como he señalado en mis columnas anteriores que, en gran proporción, las mujeres chilenas no acceden a la política y a la dirección de empresas, porque no cuentan con la estructura social de soporte que les ayude a destinar más tiempo a estas carreras, el tiempo que estas requieren. Asimismo ocurre con la actividad física.

Las mujeres, en Chile en particular, no cuentan con la estructura social de soporte para practicar deportes, en cambio, una gran proporción de la población masculina sí practica deportes en su tiempo libre. Cabe señalar como primer punto que para la mujer chilena “el tiempo libre” no existe.

Como segundo punto, no existe una cultura de barrio, de empresa, ni de la sociedad de tener ligas deportivas amateur masificadas para la práctica del deporte femenino, como medio de recreación, no profesional.

Como tercer punto, incluso hay una sanción social a la mujer que se dedica a cultivar su físico, en vez de estar en casa con sus hijos o bien ejerciendo otro tipo de tareas o actividades menos “egocentristas”, sobre todo, si trabaja fuera del hogar.

Inclusive en las Universidades, los hombres practican deporte en los recreos, pues no existe sanción social para un hombre que entra a clases sudado, incluso sin polera (testigo presencial de esto, como estudiante de Ingeniería U. Chile). Cuestión que en una mujer no es socialmente aceptable.

Se suma a estas situaciones, que las mujeres que realizan actividades al aire libre, ya sea solas o en grupo son sometidas a acoso callejero con distintos niveles de agresividad. Incluso caminar es una actividad que va acompañada de acoso callejero, que cuando se desborda en su frecuencia y agresividad cohíbe a las mujeres incluso de salir de sus casas. Este machismo acosador con la mujer deportista, a causa de su indumentaria, que expone más el físico que la ropa cotidiana, se vislumbra a veces con mayor sutileza o en forma simplemente grosera en el periodismo deportivo y su vergonzosa cosificación de la mujer deportista.

Y este problema de la obesidad femenina, no es un problema trivial o estético, y no es desestimable, por ende, como muchos consideran la participación de la mujer en política o en la dirección de las empresas, toda vez que implica un grave problema de salud pública, que debe analizarse con profundidad y tomar medidas no sólo en cuanto al acceso a una nutrición adecuada, y la educación desde la infancia en la importancia de una vida sana con actividad física, sino que también requiere un cambio cultural de proporcionar a la mujer el apoyo y soporte social, los medios y la aceptación para la práctica de deportes y actividad física.


El contenido expresado en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no representa necesariamente la visión ni línea editorial de Poder y Liderazgo.


 

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