Por: Marcela del Sol – Hallett. Perfiladora criminal
Hay decisiones que ponen a prueba no solo al sistema judicial, sino también a nuestra condición humana.
Cuando un hombre que mutiló y casi asesinó a una mujer recibe libertad condicional, no estamos presenciando una victoria del derecho; estamos presenciando un fracaso de la justicia y de la empatía social.
Desde una perspectiva criminológica y de perfilación criminal, los agresores que cometen actos de sadismo y crueldad no actúan por impulso. Sus crímenes son planificados, calculados y responden a una necesidad de dominio y control, asociada a estructuras psicopáticas o narcisistas, donde la empatía no existe y el arrepentimiento se finge.
Quien mutila a una mujer no comete un error; comete un acto de poder y destrucción intencionado. Otorgar libertad condicional en casos de violencia extrema no es justicia: es negligencia institucional y una muestra de carencia de idoneidad en quienes deben evaluar el egreso del sistema penitenciario.
Porque la buena conducta en prisión no borra el riesgo criminológico; simplemente demuestra que el sujeto aprendió a comportarse dentro del sistema. Y la psicopatía no se cura con el tiempo ni con promesas de cambio.
Cada vez que se libera a un agresor sin una evaluación forense rigurosa y multidisciplinaria, el riesgo de reincidencia convierte a la sociedad en la próxima escena del crimen. ¿Qué mensaje se envía a las víctimas cuando la ley protege al victimario antes que a quienes sobrevivieron a su violencia?
La justicia no puede ser neutral entre el bien y el daño. La compasión mal dirigida se transforma en complicidad.
Desde la criminología exigimos que toda decisión de libertad condicional en delitos violentos sea respaldada por evaluaciones conductuales, análisis de riesgo y dictámenes periciales especializados.
Porque otorgar libertad sin responsabilidad no significa dar una segunda oportunidad al agresor, sino arrebatar a la víctima su primera oportunidad de vivir en paz.
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