La urgencia de una educación que transforme

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Por: Maximiliano Andrade Reyes. Ex Vocero Confech. Miembro SDG 4 Youth & Student Network de la UNESCO


Cuando hablamos de la Agenda 2030 y sus 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), a menudo nos quedamos en la panorámica internacional, con la foto de líderes mundiales asumiendo compromisos y desafíos, al alero de un lenguaje técnico que múltiples organismos internacionales transforman en sendas declaraciones de un plan de acción en favor de las personas, el planeta y la prosperidad.

¿Pero qué sentido tiene ese compromiso global si no somos capaces de aterrizar en la realidad concreta de las personas que habitan en diversos territorios que conforman la región de O’Higgins, especialmente en sus zonas rurales?

¿De qué sirve hablar de desarrollo sostenible si no garantizamos el derecho más básico y transformador: una educación de calidad?

El ODS 4, que promueve una educación inclusiva, equitativa y de calidad, no es solo una meta más de las instituciones internacionales, es la base sobre la que se construyen sociedades verdaderamente democráticas, justas y sostenibles con perspectiva de futuro. Sin embargo, en la ruralidad de O’Higgins, esa base sigue siendo frágil y en permanente construcción y deconstrucción.

Según el último informe IDERE 2023, esta región ocupa el último lugar nacional en la dimensión de educación, con graves problemas en escolaridad, matrícula y resultados académicos.

Detrás de estas cifras, hay historias de niños y niñas que luchan día a día para acceder a una educación caracterizada por contar con recursos limitados, con profesores que hacen malabares para enseñar en condiciones precarias y, también, de miles de familias que ven en la educación pública la única vía para romper el círculo de la pobreza y la exclusión.

La educación de calidad en contextos rurales no puede entenderse ni medirse con los mismos parámetros que en las ciudades urbanas. No basta con replicar modelos extranjeros ni con exigir resultados estandarizados que no consideran las particularidades de cada territorio.

La escuela rural debe dialogar con su entorno, valorar su cultura, integrar la experiencia local y formar ciudadanos capaces de cuidar su patrimonio natural y cultural… de proyectar sus vidas más allá de las fronteras del campo.

En este sentido, la Agenda 2030 nos desafía a repensar la educación, donde la calidad no solo sea un concepto técnico, sino una herramienta real para transformar vidas y comunidades. Apostar por el ODS 4 en O’Higgins es apostar por un futuro donde la ruralidad deje de ser sinónimo de rezago y exclusión, para convertirse en un espacio de oportunidades y desarrollo real para las personas.

Es entender que la equidad territorial es tan urgente como la equidad social, y que el desarrollo sostenible comienza en el aula, en la dignidad de cada estudiante, en la convicción de que nadie debe quedar atrás.

Solo así la Agenda 2030 dejará de ser un discurso lejano y se transformará en una realidad y opción palpable para todos y todas. La educación de calidad es, en definitiva, la llave maestra que abre las puertas del progreso y la justicia social en la región de O’Higgins.

No podemos seguir postergando esta deuda con los niños que crecen y se desarrollan en la ruralidad. El desafío está planteado y nuestra oportunidad es ahora.


El contenido expresado en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor (a) y no representa necesariamente la visión ni línea editorial de Poder y Liderazgo


 

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