Por: María Elba Chahuán. Vicepresidenta y Fundadora de Unión Emprendedora
La innovación tecnológica suele imaginarse en forma de máquinas, algoritmos o grandes avances digitales. Pero en realidad, el verdadero motor de esa transformación son las personas. El rostro humano detrás de la tecnología es lo que le da sentido: hombres y mujeres que se forman, se reinventan y no se quedan atrás en un mundo que evoluciona a una inmensa velocidad.
En Chile, tal como en el resto del mundo, los cambios en el mercado laboral son inevitables. La automatización y la inteligencia artificial llegaron para redefinir roles y abrir nuevos caminos. Esa transición exige invertir en capacitaciones para entender y aprovechar al máximo todo lo que está pasando.
Ahora la programación, el análisis de datos, la robótica y las nuevas competencias digitales no son habilidades de nicho, son las herramientas básicas para insertarse en un entorno laboral que evoluciona todos los días.
Así lo asegura el estudio “Oportunidades de la IA Generativa en el futuro del trabajo en Chile”, realizado en conjunto por el Centro Nacional de Inteligencia Artificial (CENIA), Futuro del Trabajo SOFOFA Capital Humano, académicos de la Universidad de Stanford, el Ministerio del Trabajo y Previsión Social, y el Servicio Nacional de Capacitación y Empleo (SENCE).
Una de sus principales conclusiones es que 4,7 millones de trabajadores y trabajadoras del país pueden acelerar en más de un 30% las tareas que desempeñan mediante el uso de IA generativa, y que casi un 50% de la fuerza laboral de Chile puede mejorar su productividad adoptando nuevas tecnologías, lo que a su vez tendría un impacto positivo directo en el PIB.
Otra gran ventaja de la transformación tecnológica es que no sólo nos impulsa adaptarnos, también democratiza el acceso a oportunidades. Las mujeres y los jóvenes tienen la oportunidad de liderar y crear en estos ámbitos. Pero para que eso ocurra, necesitamos sistemas de educación y de reconversión laboral mucho más flexibles, accesibles y continuos, que acompañen a las personas a lo largo de toda su vida.
El desafío está en generar un ecosistema que una al sector público, privado y académico, y que ponga en el centro a las personas. Ya no tenemos que pensar en lanzar al mercado especialistas aislados, sino en la construcción de comunidades de aprendizaje con diversidad de miradas y talentos que se potencien mutuamente.
La tecnología no es un fin en sí mismo. Es un medio para ampliar nuestras capacidades, multiplicar posibilidades y diseñar futuros distintos. No podemos olvidar nunca que el verdadero valor de esa innovación está en cada trabajador, cada mujer, y cada joven que utiliza estas herramientas para crear valor genuino. Por eso, invertir en ellos no es sólo una estrategia de desarrollo, es la forma de asegurar que la tecnología tenga siempre un rostro humano.
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