Por: Igal Weitzman. CEO WISE Innovation Studios
Vivimos en tiempos donde la inteligencia artificial escribe guiones, diseña campañas y anticipa comportamientos. En este escenario hiperautomatizado, muchos se preguntan si todavía hacen falta humanos en el marketing. La respuesta es clara: sí, más que nunca.
La IA es una aliada formidable. Nos permite crear contenido a escala, optimizar cada pieza con una precisión quirúrgica y alcanzar al público adecuado en el instante perfecto. Pero hay una frontera que la tecnología aún no cruza -y quizás nunca lo haga-: la de conmover.
Porque al final del día, si bien se venden productos y servicios, lo que realmente se ofrece son emociones, historias que se sienten, experiencias que resuenan. Y esa conexión genuina, ese “me hablaron a mí”, no se logra solo con datos.
Los anuncios que apelan a la emoción generan un 23% más de ventas. Más aún: los consumidores que se sienten emocionalmente vinculados a una marca tienen el doble de probabilidades de recomendarla.
El desafío actual no es sustituir la creatividad humana con algoritmos, sino alcanzar una convivencia virtuosa. La IA puede decirnos a quién hablarle, pero el “cómo hablarle” sigue siendo terreno emocional, humano, artesanal.
Gran parte de los consumidores desconfía de los contenidos generados 100% por IA. No buscan perfección algorítmica; anhelan autenticidad, mensajes con alma, con fallas humanas que los hagan reales.
Un ejemplo destacado es la campaña de Virgin Voyages, que lanzó “Jen AI” en colaboración con la artista Jennifer López, integrando interactividad y conexión emocional.
El marketing del futuro no se trata de reemplazar la sensibilidad con eficiencia, sino de integrar innovación, creatividad y tecnología en un nuevo meta marketing. Las marcas que tocan fibras con propósito construyen vínculos duraderos, memorables. No basta con saber a quién llegar. Hay que saber cómo hacerlo sentir.
En definitiva, la tecnología seguirá creciendo. Pero serán las emociones las que seguirán moviendo el mundo.
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