Por: Ulises Cortés. Catedrático de Inteligencia Artificial de la Universitat Politècnica de Catalunya (UPC). Coordinador Científico del área de Inteligencia Artificial CS@BSC.
El argumento principal de Historia universal de la infamia de Jorge Luis Borges es la exploración de la infamia, del mal o de lo vil. Los infames de Borges se caracterizan por ser personajes que se sitúan en la frontera entre el mal y el poder, seres abyectos, bien definidos por sus actos delictivos o perversos.
Los infames transgreden las leyes y tradiciones que les rodean, superando los límites de ambas y, en esto, reside su criminalidad. Fuera de la prosa de Borges, para nuestra desgracia, existen hombres así, capaces de promover un odio ciego e ilimitado contra el prójimo.
En 1944, Raphael Lemkin acuñó el término genocidio para describir el horror contenido en el ansia y voluntad de algún infame para eliminar de forma cruel y definitiva grupos humanos por sus creencias, ideas políticas o etnia. Hubo que esperar a 1948 para que esta denominación adquiriese naturaleza legal.
Solo en los últimos cien años podemos nombrar algunos episodios genocidas que nos marcan, esta lista es una galería de hombres infames que dejo sin nombrar, cuyas geografías y épocas difieren entre sí. Sin embargo, creo que la enumeración consigue construir el imaginario del infame universal.
En esta lista tenemos el genocidio perpetrado por los otomanos contra los armenios entre 1915 y 1923, considerado el primer genocidio moderno, se calcula que murieron más de un millón personas y miles de niños y mujeres fueron islamizadas a la fuerza; el Holocausto entre 1941 y 1945 cuando los nazis y sus aliados llevaron a cabo la exterminación sistemática de más de seis millones de personas de judías, así como de otras minorías: gitanos, discapacitados, homosexuales, prisioneros de guerra soviéticos, etc.; el Genocidio camboyano entre 1975 y 1979 cuando el régimen de los Jemeres Rojos, causó la muerte de entre 1.5 a 2 millones de personas, una cuarta parte de la población de Camboya, mediante asesinatos, trabajos forzados, hambrunas y purgas de opositores.
Más cerca en el tiempo, tenemos que recordar el genocidio de Ruanda en 1994. En apenas cien días, la población hutu radical emprendió el exterminio de la etnia tutsi y de hutus moderados. Se estima que unas 800,000 personas fueron asesinadas en ese breve periodo.
Para concluir esta lista, tenemos el genocidio bosnio: durante la guerra de Bosnia, en 1995, cerca de ocho mil musulmanes bosnios fueron asesinados en Srebrenica por fuerzas serbias en lo que se reconoce como un acto de genocidio, además de otros crímenes cometidos durante el conflicto.
El concepto de mal radical fue enunciado por Kant, pero para mí la exploración que hace Hannah Arendt perfila aún mejor las afiladas aristas de esta característica humana, ella describe una forma de hacer el mal que trasciende la comprensión y las motivaciones convencionales.
No es solo extremo o sádico, sino que es un tipo de mal que busca eliminar la espontaneidad humana y cosificar a los individuos al despojarles de sus derechos legales y dejándolos esencialmente apátridas y desprotegidos para disponer de ellos como si fuesen desperdicios al carecer de humanidad.
Este concepto está vinculado, muchas veces, a la ambición totalitaria de dominar y controlar todos los aspectos de la vida humana. En 1963, después del juicio, en Jerusalén, a Adolf Eichmann, de 1961, la filósofa refinó su concepto y comenzó a discutir la banalidad del mal y se refiere a ello como la capacidad de personas en apariencia normales de cometer actos atroces no por perversidad o convicción ideológica profunda, sino por una aceptación acrítica de órdenes y una incapacidad de reflexionar ética o moralmente sobre sus actos.
La banalidad del mal se amplifica en contextos donde la desinformación, impuesta desde el poder o las redes sociales, logra adormecer la conciencia crítica colectiva. La información manipulada o censurada no solo deshumaniza a las víctimas y silencia la verdad, sino que también contribuye a diluir la responsabilidad individual y colectiva, facilitando que la infamia se perpetúe sin grandes resistencias. Este fenómeno se vuelve peligroso en estos tiempos de desinformación sistemática y propaganda que distorsionan la percepción de la injusticia y neutralizan la indignación pública.
Hoy, a pocos kilómetros de Jerusalén, se revive una situación de crueldad infinita, un genocidio del siglo XXI, contra la que estas palabras parecen inútiles como lo son los artículos, comentarios, discursos y las manifestaciones en contra. A pesar de la desinformación oficial dentro del estado de Israel, ya hay voces reconocidas que desde dentro reconocen abiertamente la hambruna, su crueldad y la humillación de los habitantes de Gaza.
No obstante, quiero recordar la desgracia que viven los rehenes judíos, también deshumanizados y convertidos en meras piezas de cambio. Detrás de estas injusticias solo hay la mano visible de un infame que se aferra al poder, la mano de otro que lo sostiene y mucha hipocresía de gobiernos y ciudadanos.
Mi único anhelo es verlos responder ante un tribunal que sancione tanta atrocidad y grabe en la memoria colectiva de las personas buenas que la sociedad es capaz de impartir justicia a los responsables de esta desgracia.
Estas palabras son trazos sobre el papel contra la indiferencia y contra la omisión de la obligación de recordar. Cuando olvidamos, las acciones causadas por el mal radical o por la banalidad de quienes aceptan cumplir órdenes siniestras por puro servilismo, de alguna manera nos adentramos en la infamia, el mal o la vileza.
Contra la amnesia recomiendo, si el lector no lo ha hecho ya, ir colocando los nombres de los infames que pueblan este escrito, no merecen ser olvidados.
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