Por: Osvaldo Pastén D. Director de la Asociación de Industriales de Antofagasta
Hace veinticinco años, Codelco Chile ponía en marcha la División Radomiro Tomic, un proyecto que no solo significó toneladas de cobre y nuevos estándares productivos, sino también un cambio en la manera en que una empresa minera podía relacionarse con su entorno.
Fue en ese contexto cuando conocí a Julio Espinoza Vega, ingeniero y empresario, cuya trayectoria personal y profesional dejó huellas profundas en la minería, en la ingeniería chilena y en la vida de muchos.
Julio no fue un ingeniero típico. Originario de La Serena, su vocación lo llevó más allá de las fronteras nacionales, cruzando el Atlántico hasta Inglaterra, donde se empapó de conocimientos y experiencias que luego trasladó con fuerza al mundo de la celulosa y, más tarde, de la minería. Su estilo era distinto: la técnica no basta sin humanidad ni visión política.
Era locuaz, perseverante, frontal y a la vez motivador. Un ciudadano comprometido con su tiempo y orgulloso de su línea de pensamiento. En él convivían el ingeniero brillante y el líder social capaz de abrir puertas a nuevas generaciones. Su sello fue marcar a técnicos, ingenieros y emprendedores que lo veían no solo como un colega, sino como un referente humano.
Julio creía en dar oportunidades. Tenía la rara virtud de la generosidad intelectual y profesional, de tender la mano con cariño y rigor al mismo tiempo. Lo convirtió en un maestro no oficial, en un mentor natural.
La historia de la minería chilena está habitada por hombres y mujeres que transformaron la manera de entender este sector. Julio Espinoza Vega fue uno de ellos. Desde Atecma, la empresa donde desplegó gran parte de su talento, consolidó no solo negocios, sino un estilo de liderazgo que integraba lo técnico, lo humano y lo político.
Hoy, al recordar a Julio, se trata de reconocer a una generación que entendió que la minería debía dialogar con sus territorios, trabajadores y la sociedad. Julio lo entendió antes que muchos y lo practicó con naturalidad.
Gracias, Julio, por recordarnos que detrás de cada tonelada de cobre hay personas, comunidades e historias. Que la verdadera riqueza se mide en la capacidad de dejar huellas en los demás.
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