Por Mónica Aguirre M. Magister en Comunicación Estratégica y Corporativa
Existe una frase repetida en cualquier organización que, aunque gastada, sigue siendo dolorosamente cierta: “La gente no renuncia a las empresas, renuncia a los malos jefes.” Ningún plan de carrera, beneficios o sueldo competitivo compensa la presencia de un líder tóxico. Un mal jefe pesa más que cualquier incentivo: desgasta, desmotiva, distorsiona el clima laboral y empuja a los mejores hacia la salida.
El liderazgo no es un cargo ni un nivel jerárquico; es una responsabilidad humana. Implica influir, inspirar y habilitar el desarrollo de otros. Sin embargo, todavía abundan quienes lo confunden con control, autoridad o protagonismo.
El micromanagement, la incapacidad de escuchar, la falta de reconocimiento o la ausencia de visión crean entornos donde el talento deja de crecer para simplemente sobrevivir… hasta que se va.
La fuga de talento rara vez ocurre de golpe. Es un desgaste silencioso: primero se apaga la creatividad, luego la motivación y, finalmente, la confianza. Los profesionales empiezan a hacer sólo lo necesario, se desconectan emocionalmente y operan en piloto automático. Cuando la desilusión supera al miedo a cambiar, la renuncia se convierte en un acto de autocuidado.
Lo más grave es que muchos malos jefes ni siquiera lo perciben. Siguen convencidos de que la gente se va por “mejores oportunidades”, o porque son “mal agradecidos”… sin reconocer que esas oportunidades se vuelven atractivas precisamente por la ausencia de un liderazgo sano dentro de su propio equipo.
Las organizaciones, mientras tanto, pagan un precio alto por tolerar malos jefes: pérdida de conocimiento, altos costos de reemplazo, procesos eternos de capacitación y un ambiente interno deteriorado.
La solución no es complicada, pero sí exige valentía: apostar por líderes, no por jefes. Invertir en habilidades humanas, fomentar una retroalimentación honesta y evaluar a quienes dirigen no sólo por resultados, sino por la calidad de los equipos que construyen. Porque el liderazgo no se mide por cuántas decisiones se toman, sino por cuántas personas crecen bajo su guía.
Un buen líder retiene. Uno malo expulsa. Y en un mundo donde el talento es el recurso más escaso, tolerar malos jefes es un lujo que ninguna organización puede permitirse.
El contenido expresado en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor (a) y no representa necesariamente la visión ni línea editorial de Poderyliderazgo.cl


