Por: Ricardo Neira Navarro. Académico y ex vicerrector
Albania, uno de los países más pequeños de Europa y también uno de los más golpeados por la corrupción, acaba de hacer historia: nombró a la primera ministra creada por inteligencia artificial del mundo.
Se llama Diella —“Sol” en albanés— y fue presentada por el primer ministro Edi Rama como la herramienta definitiva para limpiar el Estado. “No duerme nunca, no cobra sueldo, no tiene intereses personales ni familiares y amigos”, dijo, con un énfasis que revela dónde está el verdadero problema: las redes clientelares.
La puesta en escena fue impecable: durante una sesión parlamentaria, Diella apareció en video presentándose como “ministra de Estado para la Inteligencia Artificial” y prometiendo que las contrataciones públicas quedarían “100% libres de corrupción”.
Una promesa que suena a titular mundial, aunque en Tirana provocó más indignación que entusiasmo. La oposición reaccionó airada y llevó el caso a la Corte Constitucional, planteando una pregunta elemental: ¿quién se hace responsable de las decisiones de una ministra que no existe?
El contexto albanés
El anuncio no es un capricho tecnológico. Albania ocupa el puesto 80 de 180 en el ranking de Transparencia Internacional. Su clase política arrastra un historial de escándalos: el alcalde de Tirana está detenido por presunta corrupción en adjudicación de licitaciones, y el propio ex primer ministro Sali Berisha es investigado por beneficiar a sus allegados con contratos públicos. En ese contexto, Rama ha apostado por un golpe de efecto: una ministra virtual que, según él, acabará con la coima endémica del sistema.
Diella, que utiliza la imagen de una actriz local contratada para la ocasión, simboliza el giro tecnológico de un país que sueña con entrar en la Unión Europea en cinco años. Rama lo ha presentado como un plan para “transformar las instituciones en plataformas de desarrollo de IA” y atraer a expertos de la diáspora.
El problema, según advierten especialistas, es que una IA solo es tan buena como los datos que recibe. Y si esos datos están incompletos, sesgados o manipulados, lo único que hará será digitalizar la vieja corrupción.
La paradoja de la ministra virtual
La ironía es evidente: Albania quiere resolver con algoritmos lo que hasta ahora no ha logrado con política. Expertos en ciberseguridad señalan que los grandes modelos de lenguaje —probablemente la base de Diella— pueden malinterpretar documentos, acusar falsamente a un proveedor o no detectar colusión evidente. Y filósofos como Jean-Gabriel Ganascia advierten de un riesgo mayor: si dejamos la decisión pública en manos de una máquina, desaparece la deliberación democrática y con ella la responsabilidad política.
Por ahora, Rama firmó un decreto asumiendo que él mismo será responsable del funcionamiento de su ministra virtual. Un gesto que suena noble, pero que en la práctica convierte a Diella en un brillante espectáculo de comunicación política más que en una verdadera reforma institucional.
¿Y si llegara a Chile?
Ahora imagine usted que en Chile un candidato presidencial proponga algo similar: una “Diella criolla” que supervise licitaciones. El primer debate sería sobre el sesgo: ¿revisará más contratos en comunas de derecha o de izquierda? El segundo, sobre burocracia: habría que crear la inevitable “Superintendencia Nacional de Supervisión de Algoritmos”, con viáticos asegurados y un reglamento tan confuso que la propia IA lo detectaría como irregularidad.
La prensa tendría titulares irresistibles: “Máquina fiscaliza a humano que fiscaliza a máquina”. Y entre discusiones sobre si la ministra digital habla con acento santiaguino o sureño, lo cierto es que la corrupción seguiría siendo tan humana como siempre.
Lo indelegable
La experiencia albanesa recuerda lo esencial: la corrupción no es un error técnico, sino un problema político y cultural. Se necesitan instituciones sólidas y líderes responsables, no pantallas parlantes. Pero también enseña algo más: que la tecnología, bien usada, puede exponer contradicciones y poner nerviosos a quienes prefieren seguir escondiéndose detrás de familiares y amigos.
¿Podría Chile copiar la idea? Claro. Un país que soñó con trenes rápidos y terminó discutiendo por los torniquetes del metro es perfectamente capaz de enamorarse de una ministra virtual. La ironía final es inevitable: Diella no tiene familiares ni amigos… pero quienes la programan, casi siempre sí.
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