Por Benjamín Toselli. CEO y fundador de IT Hunters
Vivimos un momento histórico en el que la tecnología dejó de ser un accesorio operativo para transformarse en la columna vertebral de prácticamente todo, es decir, la economía global, los servicios públicos y la rutina de millones de personas. Sin embargo, detrás de las innovaciones, de las empresas disruptivas y de las soluciones que parecen surgir cada día, hay un actor que rara vez recibe el protagonismo que merece: el profesional tecnológico.
Ingenieros, programadores, especialistas en datos y expertos en ciberseguridad están inmersos en un proceso de actualización continua que supera cualquier precedente. Lo que antes era suficiente para sostener una carrera laboral ya no funciona.
Hasta hace dos décadas, dominar un único lenguaje de programación podía garantizar estabilidad. Hoy, una tecnología puede nacer, madurar y desaparecer en menos tiempo del que dura una carrera universitaria.
Herramientas como la inteligencia artificial generativa, la computación cuántica y la automatización avanzada están reformulando el panorama profesional a un ritmo vertiginoso. Quien trabaja en este sector estudia mientras produce, se certifica mientras innova y compite mientras intenta mantenerse vigente. Estar desactualizado puede tardar unos meses.
A esto se suma una cultura laboral cada vez más exigente, basada en que hay más sistemas automatizados, pero también mayor presión por resultados y menos margen de error. En áreas como soporte técnico, desarrollo de software o seguridad informática, las jornadas se extienden, las alertas nunca descansan y el límite entre lo laboral y lo personal se desdibuja.
La irrupción de la inteligencia artificial (IA) añade una incertidumbre adicional. Muchas de las tareas que eran propias de un talento TI —como escribir código, analizar datos o detectar patrones— ahora pueden ser ejecutadas por máquinas. Sin embargo, el desafío no es competir con la IA, sino aprender a dirigirla y complementarla. Con el avance de la automatización, la mentalidad hacia el negocio se vuelve tan relevante como lo técnico.
Además, las decisiones tecnológicas ya no son neutras ni inocuas. Los desarrolladores están detrás de algoritmos que influyen en la vida de las personas. El mundo comienza a exigir responsabilidad, transparencia y valores. Saber programar es apenas el punto de partida; la conversación hoy incluye ética, privacidad, sesgo y seguridad.
Asimismo, la competencia laboral dejó de tener fronteras. El trabajo remoto convirtió al mundo en una sola oficina. Los profesionales tecnológicos compiten globalmente, lo que amplía oportunidades, pero también presiona salarios y eleva la demanda de habilidades blandas como la comunicación, la creatividad, el trabajo en equipo y el pensamiento crítico.
Finalmente, uno de los mayores retos del talento TI se relaciona con equilibrar la vida laboral y personal. El agotamiento, la ansiedad y el aislamiento son riesgos frecuentes. La innovación no puede construirse a costa del bienestar de quienes la impulsan.
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