Fernando Véliz: “Sí un líder no tiene una dimensión colectiva de su trabajo, su impacto es igual a cero”

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Vive en Bogotá y es chileno, autor (Comunicar y Resiliencia Organizacional, entre otros textos), académico y consultor que lleva años sumando al mundo de las decisiones y los liderazgos dentro de campos tan disímiles como son el trabajo organizacional y la política en Chile y diversos países latinoamericanos


En entrevista exclusiva de Poder y Liderazgo con Fernando Véliz Montero, el periodista con múltiples postítulos en el ámbito de las comunicaciones y la dinámica empresarial, abordó las distinciones al uso del poder con el fin de expandir ideas y acciones siempre al servicio de mejores resultados y aprendizajes significativos frente al liderazgo.

Una de las pasiones de este coach ontológico es la conducta humana, sus sistemas de relacionamiento y el cómo se construyen instancias de encuentro, aprendizaje y articulación desde sueños colectivos… donde la ética y el concepto de trabajo colectivo son elementos centrales para lograr resultados.


Fernando, ¿visualiza alguna relación entre el liderazgo empresarial y el liderazgo político?

“El liderazgo en sí tiene el rol de acompañar un proceso transformacional, desde un saber, una ética y una experiencia específica. El fin último de todo esto es alcanzar la meta ya declarada, y será el uso del poder su recurso dinamizador para concretar esa acción”.

“En lo que respecta al trabajo, a nivel latinoamericano, el liderazgo gestiona por lo general desde un verticalismo a ratos extremo que lo que hace es instalar un espacio de control y coerción en la vida laboral de las personas. Por lo mismo nuestras empresas en la región tienen una alta rotación (con muchas enfermedades mentales), bajos rendimientos, exagerada desconfianza, dudosa capacitación y dificultosos climas organizacionales. Existe más competencia que colaboración al interior de estas empresas. Es decir, son culturas empresariales en proceso de maduración que sí o sí tendrán que dar un salto para, a corto plazo, no colapsar frente a los desafíos tecnológicos y culturales que se avecinan… y que están a la vuelta de la esquina”.


¿Y en el campo político?

“En lo político, surge una representación ciudadana que, en un momento determinado, apalanca (en el líder) poder y acciones sobre diversas personas e instituciones. Se supone que un buen liderazgo político, es una persona que encausa un sentir ciudadano y está al servicio de un proyecto social. Es decir, surge este servicio público como una voz autorizada para mejorar la vida de las personas. Pero eso hoy ya no está ocurriendo. La corrupción y el individualismo (con agenda propia) hacen que el hacer de la política, se transforme más en un escalón hacia un “éxito” personal, que hacia un logro en las condiciones de vida del conjunto de las personas”.

“Cuando la megalomanía y la codicia se juntan, surge la sordera, el hambre de poder y la desconexión con el sentido mismo (el por qué y el para qué de lo que hacemos) y es en ése momento donde colapsa este liderazgo político”.


¿Entonces estamos frente a una crisis generalizada del liderazgo?

“¡Absolutamente! En la dinámica empresarial los líderes buscan extremar su lejanía con los equipos, aplican autoridad (rango) y desde ahí la comunicación -sinónimo de entendimiento- es nula. Aparece el miedo. El rol de un verdadero liderazgo es acompañar y transformar a los grupos de trabajo en verdaderas comunidades inclusivas de aprendizaje desde una confianza viva y empoderada. Desde esta perspectiva el desafío de un buen liderazgo organizacional es crear espacios emocionales y propósitos compartidos para, desde ese lugar, articular co-creación y participación para el conjunto de las personas desde una gestión de excelencia. Es decir, el líder usa su poder en forma transversal, lo comparte y desde ahí, encausa un propósito de acción en donde nadie sobra”.

“Y en el contexto político, estos “líderes” debieran tener el desafío de estar al servicio de la ciudadanía, debieran también entender el poder como una herramienta y no como un recurso de apropiación. Para mí un líder político que no se conecta con la ética, con los ideales, con el servicio y la buena gestión, no es más ni menos que un candidato a servirse del Estado, casi como un botín. Literal. Por lo mismo acá el reto es ético. Actualmente la política como campo de liderazgo ha caído en la “desesperanza aprendida” (Seligma) por parte de la ciudadanía (“es lo que hay”, “es el menos malo”, “igual todos roban”, etc.), y lo que esto genera es nula participación y anquilosamiento en la “oferta” política. Es decir, son siempre los mismos, lo que indudablemente consolida prácticas de escasa gestión y fuerte corrupción, ya que por años las mismas redes operan organizadamente y sin un control real”.


¿Qué estaría faltando para sumar a la práctica de un buen liderazgo?

“Creo que los líderes -en su globalidad- debieran abordar el autoconocimiento con mayor rigor y compromiso, es decir, saber quiénes son ellos mismos. Debieran mirarse, conocerse, desafiarse, escucharse, confrontarse y esmerarse por comprender sus puntos ciegos, sus sombras (y luces obviamente) y zonas de confort. Ya que el liderazgo en sí, sigue siendo una piedra angular en todo colectivo humano -organizacional, político, etc. Pero el reto no es liderar para tener privilegios, sino más bien por el solo hecho de buscar el bienestar del resto desde una organización y coordinación inspirada bajo un desafío único, de todos”.


¿Y dónde habría que marcar el énfasis?

“Siempre digo que los líderes debieran conectarse con la ontología (estudio del ser), con la axiología (estudio de los valores) y con la gnoseología (estudio del conocimiento). La consolidación de esas tres distinciones marcará la diferencia entre un líder transaccional con el poder, a un líder hacedor de cosas desde un poder comprometido y efectivo. Esos dos caminos resultan una opción, por lo mismo, hay que prepararse para administrar este apreciado poder… y ojalá sentirse un aprendiz eterno y desde la humildad, aprender y aprender”.

“Por último, un líder debe ser una buena persona, un ser valiente, que escucha, creíble, coherente e innovador. Este líder debe también entender que el “cargo” (rol), el “marketeo”, lo “estratégico”, los números, su autoridad e imagen, son algo secundario y pasajero. El único gran reto de un buen líder es vivir en coherencia, entre lo que dice ser y lo que hace, con eso basta y sobra… y como diría Séneca, “El hombre más poderoso es el que es dueño de sí mismo”.


¿Qué rol juegan a su entender las casas de estudios superiores a la hora de hablar, y por sobre todo, formar en torno al liderazgo a los futuros profesionales?

“Pienso que las casas de estudio -por lo general- desde una matriz muy economicista, instalan valores extremadamente individualistas en sus estudiantes a la hora de pensar el liderazgo. Creo que se ha sobre explotado esto de ser “exitosos” en la vida. Estoy convencido que, si un líder no tiene una dimensión colectiva de su trabajo, su impacto es igual a cero. Y eso (dimensión colectiva) lo veo poco en los estudiantes, ya que están entrenados (no educados) para triunfar frente al que tienen al lado y, desde ahí, todo vecino resulta una amenaza, un contrincante -trabajo, universidad, etc. Las universidades desde su rol “formador” buscan instalar una cantidad de materias en sus estudiantes, sin antes educarlos con valores que busquen un sentido profesional del por qué hacen lo que hacen… y del por qué estudian lo que estudian”.

“Lo más trágico de todo esto, es que al final del día son los valores y las emociones los que nos predisponen a la acción. Por lo mismo al no haber masa crítica, al no manejarse una dimensión más social del liderazgo, todo gira entorno a mí, a mis necesidades, gustos, intereses, temores y amenazas. Estoy convencido que las universidades chilenas entregan valores más “darwinianos” que colectivos, y obvio todo esto se potencia con escenarios de alta incertidumbre frente a un futuro amenazante. Por último, esta respuesta un poco apocalíptica, que lo es, se debe matizar con la esperanza de que las generaciones que vienen, apliquen nuevas éticas para habitar un presente y un futuro más amable… con mayor sentido y al servicio de algo más grande que nuestro propio ego”.


De esta forma, Fernando Véliz abordó lo que a su juicio afecta el liderazgo y cómo avanzar en pro de mejores líderes, pero también se refirió a la corrupción empresarial y política que de un tiempo a esta parte se ha instalado en Latinoamérica, la que “dejó de ser un tema invisible. De ahora en adelante resulta un acto posible de descubrir y penalizar. Tiempo atrás la impunidad, el silencio y la complicidad hacían de la corrupción, un espacio factible de habitar. Ya no. Este punto de inflexión e intolerancia social frente al tema hace que el mundo político y empresarial, que funcionan muchas veces en alianza (junto al Poder Judicial y otros organismos del Estado y el sector privado), poco a poco tengan que repensar sus actos y éticas desde una contracción consciente”.

“La corrupción en la región es el resultado de una práctica axiológica -en crisis mundial- en donde el abuso de poder y la codicia se entrelazan para desgastar a las naciones con mala gestión e indolencia frente a todo pensamiento de bienestar colectivo. La corrupción lo que busca es nutrir a unos pocos, con riqueza, información privilegiada, redes estratégicas y oportunidades únicas. Estoy convencido que hay que dar un salto a mediano plazo, para salir del campo judicial y aterrizar en una dimensión más educativa y cultural sobre el tema”.

“Somos un continente pobre y la corrupción es nuestra gran trampa, entendiéndose que ésta cruza todas las ideologías y creencias existentes. Latinoamérica podrá encauzar un desarrollo real, en la medida que sus líderes, y la ciudadanía en general, transiten por prácticas de relacionamiento basadas en la buena fe, no en la ganancia mezquina desde relaciones asimétricas y abusivas. Cuando nada es suficiente en la vida de las personas, los límites se quiebran y se transforman en una oportunidad para el mundo de la corrupción”.


 

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