La baja Participación Electoral y la Legitimación de nuestro futuro Presidente

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Por: Guillermo Ramírez Rebolledo. Secretario General de la Universidad de O’Higgins


La democracia es el mejor sistema inventado para que el ser humano pueda representar o verse representado en las decisiones más importantes de conducción de la sociedad. Desde la democracia directa, ejercida por todos los gobernados, inicialmente en Atenas a comienzos del siglo VI A.C., y que aún sobrevive en un par de cantones suizos, pasando por la democracia indirecta en que los ciudadanos eligen electores, como en el sistema estadounidense, hasta las diversas fórmulas de democracia representativa, de una de las cuales acabamos de salir -el binominal- para regresar al método D’Hont de cifra repartidora, la mayor parte de los países busca encontrar sistemas que permitan el gobierno del pueblo por el pueblo. Y, si nos apuran, para el pueblo.

Terminadas las recientes elecciones presidenciales, parlamentarias y de consejeros regionales, la cifra repartidora quedó atrás dejando una estela de nuevas estrellas, y de numerosos muertos y heridos que aún siguen desconcertados, tanta fue su sorpresa. No vieron venir el cambio, y este los alcanzó sin piedad.

En pocos días estaremos en un balotaje para elegir un Presidente entre las dos primeras mayorías. No un Presidente de “este país”, como dicen con frecuencia quienes no quieren a Chile. Un Presidente de Chile, de nuestro país.

¿Quiénes lo elegiremos? Si no cambia la convocatoria de la primera vuelta, menos de la mitad de los ciudadanos con derecho a voto. Y, por tanto, nuestro nuevo Presidente llegará a La Moneda con los sufragios de menos de una cuarta parte de los electores. Baja representatividad para un primer mandatario. Qué duda cabe de que nos equivocamos al establecer el voto voluntario. O, lo que también es muy plausible, tuvimos temor de un voto obligatorio presintiendo quizá que con ese sufragio nos llevaría la historia…

Muchas y angustiantes razones concurren a explicar por qué la mayor parte de nuestros jóvenes no está ni ahí con votar. Algunas muy obvias. Generaciones a las que los derechos cívicos les resultan sosos, que no se motivan con la responsabilidad social. Generaciones que no responden al llamado ciudadano de expresar opinión en las urnas, pero que vibran con propaganda consumista que mide el éxito en dinero y en bienes, no en proyección social. Generaciones “ni-ni”, que ni estudian ni trabajan, que ni leen ni escuchan noticias, que ni tuvieron oportunidades ni las buscaron. Cada uno por lo suyo. El individuo, lejos por sobre la sociedad.

Más allá de ellos, los ciudadanos minoritarios que tradicionalmente votan, los que votaron el domingo pasado, expresaron una sensible pérdida de confianza en la política tradicional, y una inclinación por probar con nuevos rostros y nuevas ideas. Puede que sea para bien, y a lo mejor así será. A lo peor, para mal. Lo esencial es que la ciudadanía que vota tiene plena autoridad moral para equivocarse.

No podemos sino llamar una vez más a la conciencia de nuestros ciudadanos, viejos y jóvenes. Ante la disyuntiva presidencial que se avecina, concurramos a expresar nuestra opinión el 17 de diciembre, porque lo que se estará decidiendo es el rumbo que tomará nuestro país en el próximo cuatrienio. Decidámonos a apoyar la democracia votando, sabiendo que tendremos nuestra cuota de responsabilidad por el futuro inmediato de Chile, al legitimar a nuestro futuro Presidente.


El contenido expresado en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no representa necesariamente la visión ni línea editorial de Poder y Liderazgo.

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